21/04/2016
LAS BEGUINAS, CONQUISTADORAS DE ESPACIOS (publicado en el Fanzine Baulbasaur nº 6. Abril 2016)
Introducción
A comienzos de la Edad Media se produjo un gran movimiento religioso femenino, cuando las hijas de los señores feudales sin tierra o herencia tomaban los votos en monasterios y conventos, haciendo de estas instituciones lugares donde encontrar cobijo y manutención. En estos espacios las mujeres disfrutaban de un cierto grado de autonomía y podían desarrollar sus capacidades manuales e intelectuales. Así, algunas de estas mujeres aprovechaban la falta de obligaciones familiares para poder dedicarse al estudio y para acceder al conocimiento de la época. De ese modo las mujeres se formaban como sanadoras, naturalistas, alquimistas, poetas o escritoras. El poder político y religioso de la época reaccionó ante este movimiento, que cada vez cobraba mayor fuerza, tomando medidas que acabaron convirtiendo esos lugares en espacios de clausura. La autoridad de los conventos, que hasta ese momento estaba en manos de las abadesas, se fue deteriorando y el control de estas instituciones pasó a depender de abades varones.
Es en este contexto, a finales del siglo XII, cuando surgió el movimiento de las Beguinas, un movimiento que representaba un modelo de vida femenina libre, independiente y laica, abierto a todas las mujeres, independientemente de la clase social a la que pertenecían.
Quienes han estudiado el tema opinan que este fenómeno, que permitía a cualquier mujer escapar del rol de esposa y madre, surgió en un momento en el que existía una superpoblación de mujeres. Esto era consecuencia directa de las numerosas guerras de la época en las que morían muchos hombres. A ello se añadía que los conventos estaban ya copados por mujeres de la nobleza que encontraban allí una alternativa al matrimonio obligado.
¿Quiénes eran las beguinas?
Las beguinas eran mujeres de diferentes estratos sociales, que vivían en comunidad con otras mujeres sin estar sometidas ni a una autoridad masculina ni a la de una abadesa o madre superiora. Eran mujeres con alto contenido espiritual en su carácter, que querían dedicarse a la oración pero no profesar como monjas. Por eso no pertenecían a ninguna orden religiosa ni acataban los votos de pobreza y castidad. Gozaban de una gran libertad de acción y podían abandonar la comunidad en cualquier momento, por cualquier razón e incluso casarse y formar una familia. Su vida se regía por el Evangelio pero sin reglas articuladas, como sucedía en las órdenes religiosas.
Algunas vivían de su patrimonio personal, cuando lo tenían, y otras se mantenían trabajando como costureras y bordadoras para las industrias textiles de la zona al tiempo que cultivaban sus huertos. Además recibían donaciones y legados testamentarios, sobre todo de otras mujeres.
Por otro lado todas ellas se dedicaban a labores sociales tales como cuidar personas enfermas pobres, trabajo en leproserías, atención a moribundos y enseñanza de niñas sin recursos. La defensa de la educación femenina era una piedra angular de sus vidas.
La mayoría de las beguinas se consagraban a algún arte, especialmente la música, la pintura y la literatura. Algunas de ellas desarrollaron además una brillante labor intelectual, escribiendo sus propias obras o traduciendo obras religiosas a las lenguas de sus respectivos países. Abandonaron el uso del latín, conscientes de que solo era conocido por las clases pudientes, y escribieron en lenguas vernáculas para que cualquier persona pudiese tener acceso a la cultura.
Los beguinatos
Las beguinas vestían con ropajes humildes característicos: una túnica beige y una toca blanca. Vivían en pequeñas comunidades, que gracias a la ayuda de la nobleza empezaron a construirse a principios del siglo XIII a las afueras de los núcleos urbanos. Estas comunidades reproducían hasta cierto punto el modelo de una pequeña ciudad: constaban de un patio central, a modo de plaza, ocupado por un jardín y rodeado por una o dos filas de pequeñas casas unidas por calles estrechas. Había una iglesia, una enfermería, un comedor comunitario, y uno o varios conventos para las novicias y para las beguinas que deseaban una vida más comunitaria o poseían pocos recursos económicos para tener su propia vivienda. La mayoría de las casas
tenían pocas ventanas, pequeñas y únicamente en la planta baja, ya que a las beguinas les interesaba mucho preservar su intimidad. Todo el conjunto estaba rodeado por un muro con varias puertas, lo cual proporcionaba tranquilidad y sosiego a sus moradoras.
Cada beguinato tenía su propia organización y a veces existía una supervisora conocida como la Gran Dame. Esta figura era elegida democráticamente entre todas las mujeres que formaban la comunidad.
Según la opinión más aceptada, el primer beguinato fue constituido por un grupo de mujeres en Lieja (Bélgica), en 1180. A continuación, el movimiento se extendió a Holanda, al norte de Francia, al oeste de Alemania, a España y a Polonia, alcanzando su máximo desarrollo en el siglo XVI. Hubo épocas en las que llegó a haber más de cien beguinatos, y algunos de ellos llegaron a tener cientos e incluso miles de integrantes. Pero tras esta época de total auge se inició un proceso de retroceso y declive, debido sobre todo a presiones políticas y religiosas que les exigieron una vuelta al orden establecido. Algunos beguinatos fueron adquiridos por la nobleza y entregados a la Iglesia, otros se dedicaron a obras sociales, y la mayoría desaparecieron engullidos por el crecimiento de las ciudades durante la revolución industrial. Pese a ello, algunas comunidades belgas sobrevivieron hasta la segunda mitad del siglo XX.
En 1998 la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad trece beguinatos de Holanda y Bélgica. El más visitado es el de Brujas, ocupado por monjas benedictinas. El de Lovaina es parte de la universidad y otros como el de Gante, que fue uno de los últimos en cerrarse, en el año 2002, alquila sus casas para diferentes actividades.
La Iglesia y las beguinas
En un momento dado la Iglesia oficial empezó a mirar con desconfianza a las beguinas, porque eran libres, no estaban sometidas ni a reglas ni a maridos y porque expresaban sus experiencias místicas y su doctrina en su lengua vernácula. Además practicaban la norma de que cualquier persona podía acceder a la cultura y al conocimiento.
Tampoco las órdenes religiosas las veían con buenos ojos, ya que pensaban que las donaciones que recibían de la nobleza eran en detrimento de las destinadas a sus conventos. En 1307 el papa Clemente V editó la bula Regnum in Coelis, en la que convocó el concilio de Vienne. En este concilio, que se celebró entre 1311 y 1312, el papa censuró la forma de actuar de las beguinas y decretó que debían ser prohibidas y excluidas de la Iglesia. En 1321, el papa Juan XXII suavizó este decreto, lo que permitió que las beguinas continuasen con su estilo de vida durante un tiempo, para ser de nuevo perseguidas bajo los papados de Urbano V y Gregorio XI. Finalmente en 1452, el papa Nicolás V decretó la inclusión de las beguinas en la orden de las carmelitas, y ocho años más tarde, el duque de Borgoña, Carlos I de Valois, el Temerario, ordenó también la entrega de sus bienes.
Parte de la estrategia de la Iglesia para luchar contra este movimiento consistió en acusar a las beguinas de herejes y brujas. Como tales fueron perseguidas a lo largo del tiempo y esta fue una de las principales causas de su declive. Finalmente, encontraron como último refugio y reducto el mismo lugar que las había visto nacer: los Países Bajos.
Beguinas célebres/algunas beguinas
Estas mujeres, además de una experiencia de vida basada en la sororidad y la libertad, dejaron a las generaciones futuras un legado cultural importante. Muchas de ellas escribieron sobre su experiencia mística y sus textos han llegado hasta nuestros días.
Marie d`Oignies de Lieja (s. X - XI). Pertenecía a la alta sociedad de Nivelles (Bélgica). Fue obligada a casarse muy joven a pesar de su fuerte sentimiento religioso. Durante siete años ella y su marido vivieron como hermanos, dedicados al cuidado de los leprosos. Con treinta años consiguió convencer a su marido para que le dejara recluirse en la comunidad de beguinas de Oignies y así poder dedicarse a la vida religiosa. El beguinato de Oignies es uno de los primeros de los que se tiene constancia
Margarite de Porète (s.XIV). Autora de El espejo de las almas simples. En 1310 fue quemada viva en la hoguera en París, después de un proceso inquisitorial en el que 21 teólogos la juzgaron por ser beguina, por negarse a retirar su libro de la circulación o destruirlo, y por no renunciar a sus ideas. Su figura nunca ha sido rehabilitada y hasta 1946 no se supo que era ella la autora de la obra. Tras su muerte el libro circuló con autor anónimo o bajo autoría masculina. Escrito en francés antiguo se tradujo al latín y a otras lenguas y tuvo una amplia difusión.
Beatriz de Nazaret (s.XIII). Nació cerca de Lovaina (Bélgica) y estuvo muy poco tiempo en un beguinato, lugar donde la llevó su padre al quedarse viudo. Pasó el resto de su vida en un convento donde terminó de escribir su obra Las siete formas del amor, relato en forma de diario íntimo donde recogió el proceso de cómo su alma se acercaba a Dios.
Matilde de Magdeburgo (s. XIII). Fue beguina durante 40 años y tal vez agobiada por las críticas y persecución a la que estaba sometida, a los 62 años se refugió, en el convento cisterciense de Helfta, en el norte de Alemania. No existe constancia de que tomara los votos. Escribió en alemán La luz resplandeciente de la divinidad, en la que mediante diálogos, confesiones y revelaciones, expresó su ilimitado amor por Dios. En este poemario se describen las reglas de las beguinas:
Debes amar la nada
Debes huir del algo
Debes permanecer sola y no ir a casa de nadie
Debes ser activa y libre de todas las cosas
Y liberar a los cautivos y encarcelar a los libres
Debes consolar a los enfermos y no quedarte nada para ti
Debes beber el agua del sufrimiento
Y alumbrar el fuego del amor con los leños de las virtudes
Y así habitarás el verdadero desierto
Hadewijch de Ámberes (s.XIII). Más conocida por su obra escrita que por la información existente sobre su vida. Su obra se redescubrió en el siglo XIX y está compuesta por Cartas dirigidas a un grupo de mujeres que eran sus discípulas, una recopilación titulada Visiones que estaba escrita en holandés y 45 poemas. Todos sus textos son considerados obras maestras de la mística medieval.
Las beguinas en la Península Ibérica
El movimiento de las beguinas aparece ya documentado en la Castilla del siglo XV, donde se presentan con el nombre de beatas, que quiere decir bienaventuradas o felices. Pertenecían a las clases populares, vivían de rentas si las tenían, pero sobre todo de su trabajo y como todas sus hermanas europeas, crearon hospitales para pobres y escuelas para niñas.
Las beatas vivieron discretamente en grupo de dos o en pequeños grupos y la época de mayor desarrollo se dio en la baja Edad Media. La reforma del cardenal Cisneros, y sobre todo el concilio de Trento, las obligó a convertirse en ayudantes de las órdenes religiosas convencionales, especialmente de las franciscanas, o a ingresar en otras órdenes como monjas con todos los votos.
Las reclusas, nombre con el que se conocían a las beguinas en Cataluña, están presentes en el principado desde la segunda mitad del siglo XIII. El beguinato sobre el que existe más documentación es el de Santa Margarita. Este beguinato fue iniciado a mediados del siglo XIV por una joven de la burguesía catalana y durante 70 años estuvo ocupado por un grupo muy reducido de beguinas. En 1418, otra barcelonesa, Brígida Terrera, se recluyó en Santa Margarita, y la comunidad, ya por entonces bastante numerosa, pasó a llamarse Les Terreres.
Elisabet Cifre (s. XIII - XIV). Es una beguina mallorquina que fundó en Palma la Casa de criança, escuela para niñas internas que gozó de un gran prestigio y permaneció abierta hasta mediados del siglo XX. Sus manuscritos, conservados en la biblioteca del Palau Vivot de Palma, permiten conocer su misticismo y sus inquietudes y preocupaciones.
Las beguinas del siglo XXI
La última representante de este movimiento, definido por la catedrática de Historia medieval de la Universidad de Barcelona María Milagros Rivera Garretas como “una forma de vida inventada por mujeres para mujeres”, ha sido Marcella Pattijn, fallecida en 2013. La llamada última beguina había nacido en la colonia belga de El Congo en 1920 y veinte años más tarde ingresó en el beguinato de Saint Elisabeth en Gante, que en aquel momento aún tenía 260 mujeres. Ya en 1960 se trasladó al beguinato de Kortrijk, donde sobrevivía la última comunidad de beguinas formada por ocho mujeres. Los últimos diez años de su vida los pasó en una residencia.
Con la muerte de Marcella Pattijn terminó una experiencia de vida: la de unas mujeres libres que desafiaron al poder de su época. En la actualidad existen colectivos con esta denominación, proyectos urbanísticos, por ejemplo en Bremen y Dortmund (Alemania) inspirados en el diseño de los beguinatos para agrupar a mujeres que quieran vivir solas y ayudarse entre ellas, pero es evidente que el fenómeno sociológico que estas mujeres representaban, aunque en estos momentos continúa inspirando a otras, estuvo muy definido y singularizado por las situaciones concretas de la época en la que vivieron.
BIBLIOGRAFÍA
BOTINAS I MONTERO, ELENA; CABALEIRO I MANZANEDO, JULIA; DURAN I VINYETA, Mª DELS ÀNGELS. LES BEGUINES: LA RAÓ IL.LUMINADA PER AMOR. Publicació de l ´Abadia de Montserrat. 2002.
DUBY, GEORGES; PERROT, MICHELLE. HISTORIA DE LAS MUJERES. 2. EDAD MEDIA. Ed. TAURUS. 2000.
RIVERA GARRETAS, MARÍA-MILAGROS. LA DIFERENCIA SEXUAL EN LA HISTORIA. Publicaciones Universidad de Valencia. 2005.
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