Foto. Teresa Claramunt
Desde los comienzos de la humanidad, las mujeres han jugado un papel muy importante en el cuidado y protección del medio ambiente. En la prehistoria las mujeres cazaban, recolectaban y cultivaban la tierra, es por tanto evidente que ya conocían las especies animales y vegetales y sabían que factores mejoraban o empeoraban sus cosechas.
Desde los comienzos de la humanidad, las mujeres han jugado un papel muy importante en el cuidado y protección del medio ambiente. En la prehistoria las mujeres cazaban, recolectaban y cultivaban la tierra, es por tanto evidente que ya conocían las especies animales y vegetales y sabían que factores mejoraban o empeoraban sus cosechas.
En virtud del
sistema sexo/género la relación de las mujeres con la naturaleza se articula
de forma diferente a la de los hombres. En la mayoría de las sociedades, las
mujeres son las encargadas de la subsistencia familiar: cocinan, cultivan la
huerta familiar, acarrean el agua, etc., es decir a las mujeres se les ha
adjudicado siempre el ámbito restringido de lo doméstico y lo privado mientras
que los hombres se han reservado lo público, la cultura y el poder.
Las mujeres y
los hombres no están involucrados ni en el mismo grado ni de la misma forma en
los problemas ambientales. Esta diferenciación se da tanto en su papel de
usuarias, productoras y consumidoras de los recursos naturales y del medio
ambiente como en el de expertas conocedoras y gestoras.
Durante
muchos años se ha supuesto que los impactos negativos de los grandes problemas
ambientales y los esfuerzos para mitigarlos, tienen efectos similares tanto en mujeres como
en hombres. Sin embargo, últimamente se está reconociendo cada vez más que
mujeres y hombres viven los problemas de manera diferente y que las
desigualdades de género disminuyen la capacidad de las mujeres para hacerles
frente. También se está reconociendo que las mujeres son gestoras importantes
del cambio, al tiempo que poseedoras de conocimiento y destrezas importantes
para todo lo relacionado con la mitigación, adaptación y reducción de riesgos
de los problemas ambientales.
La visión de
las mujeres sobre temas tales como la destrucción de la capa de ozono, la
deforestación de bosques y selvas, o la evidente contaminación del medio, ha
generado el denominado ecofeminismo, un movimiento social que aparece en Europa
en 1974. Sin embargo, y para demostrar que el ecofeminismo no es la única respuesta de las mujeres a la situación del
medio ambiente se produce la paradoja de que las mayores movilizaciones de las mujeres en
torno a la conservación de la naturaleza se han dado en los países menos
desarrollados (Movimiento Cinturón
Verde, en Kenia o el movimiento Chipko, en la India).
El género
como categoría de análisis está ausente en gran parte de los estudios
realizados a favor de un desarrollo sostenible, si bien en los últimos años
comienza a hacerse visible en los organismos internacionales, gracias, sobre todo, al tesón de grupos de
mujeres del llamado Tercer Mundo.
La inclusión
de las mujeres en materia de medio ambiente es muy reciente, puesto que ni en la Declaración de la Conferencia de
Naciones Unidas sobre el medio humano (Estocolmo 1972), ni en el Informe de la
Comisión Brundtland (1987) se contempló la perspectiva de género.
En las
reuniones preparatorias de la Cumbre de Río (1991-1992), la Asamblea Mundial
sobre la Mujer y el Medio Ambiente y el Congreso Mundial de Mujeres por un
Planeta Sano iniciaron un diagnóstico de las distintas situaciones a las que se
enfrentaban mujeres de distintas zonas del planeta con relación al medio
ambiente y se plantearon recomendaciones concretas de cara a la Conferencia de
Naciones Unidas. El consenso alcanzado se presentó en documento Agenda 21 de la
Acción de las Mujeres, en el que se recogía más de un centenar de epígrafes
relacionados con el medio ambiente, en un capítulo titulado Medidas
mundiales a favor de la mujer para lograr un desarrollo sostenible y equitativo.
En el se invitaba a los
gobiernos a introducir los cambios constitucionales, legales, administrativos,
culturales, sociales y económicos necesarios para eliminar todos los obstáculos
a la participación plena de las mujeres en el desarrollo sostenible y en la
vida pública. Se reconoció la importancia del conocimiento y las prácticas
tradicionales de las mujeres, destacando
las contribuciones que éstas han hecho a la conservación de la biodiversidad.
En la IV
Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995) se señaló como objetivo
primordial en materia de recursos naturales y medio ambiente "lograr
la participación de las mujeres en la adopción de decisiones relativa al medio
ambiente, integrar la perspectiva de género en las políticas y programas a
favor del desarrollo sostenible”. En la declaración política de la Cumbre de la Tierra de Johannesburgo (2002) se
recogieron también varios compromisos
importantes relacionados con las mujeres.
La concesión
del Premio Nobel de la Paz, en el año 2004 a la bióloga keniata Wangari Maathai, en
reconocimiento a su lucha a favor del medioambiente y de las mujeres fue
decisivo para el avance de la inclusión de la perspectiva de género en el
análisis de los problemas medioambientales.
A pesar de
ello en la Cumbre sobre el Cambio
Climático de Copenhague (2009) las
mujeres tuvieron que organizarse y
presionar para que se recogieran sus propuestas en los distintos documentos utilizados
en la reunión. Algo similar ocurrió en la Cumbre de Río +20 (2012), en la que se celebró una cumbre paralela de mujeres
presidentas y primeras ministras de países tales como Brasil,
Jamaica, Dinamarca, Costa Rica, Lituania y Australia, así como ex-presidentas y
ex-primeras ministras de Irlanda, Chile, Finlandia, Noruega y Suiza, para denunciar carencias relacionadas con la
perspectiva de género en el documento
final de la cumbre.
En la Conferencia sobre Cambio Climático de Varsovia (2013), la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) dio a conocer el primer índice de Medio Ambiente y Género, clasificando a 72 países para estudiar como se traducen los mandatos de género en sus políticas sobre el medio ambiente. Los países mejor clasificados fueron Islandia, Holanda y Noruega. República Democrática del Congo, Yemen y Mauritania ocuparon las últimas posiciones del ranking. España aparecía en el octavo puesto.
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